domingo, 7 de julio de 2013

Antonio Muñoz Molina / Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2013

Antonio Muñoz Molina

DE OTROS MUNDOS

Antonio Muñoz Molina
(1956)


Escritor español, nacido en Úbeda. Estudió Periodismo en Madrid, y se licenció en Historia del Arte en Granada. Inició su trayectoria literaria recopilando sus artículos periodísticos publicados en periódicos locales, y reunidos en dos libros de ensayos tituladosEl Robinsón urbano (1984) y Diario del Nautilus (1985).
Seguidamente, publicó su primera novela, Beatus Ille(1986), galardonada con el Premio Ícaro. En esta primera novela, expuso los elementos con que se caracterizan sus obras literarias: un interés en crear tramas sobre temáticas actuales para atraer la atención del lector, asimilar diferentes técnicas y realizar experimentos formales con la intención de mejorar la narración y exponer en sus obras su profundo compromiso con un pasado histórico, quizás demasiado olvidado.

Su segunda obra, titulada El invierno en Lisboa, de 1987, fue merecedora del Premio Nacional de Literatura y del Premio de la Crítica en 1988; en ella supo crear un argumento atractivo mediante la mezcla de distintos elementos tomados del cine negro, con referencias musicales del jazz. Beltenebros(1988) supuso un decisivo avance en la trayectoria del autor, ya que consiguió una gran popularidad tras ser adaptada como guión cinematográfico. La novela describe las impresiones del capitán Darman, un exiliado político que regresa a Madrid para eliminar a un confidente y que revive una misión similar cumplida años atrás.

Su trayectoria literaria continuó con Córdoba de los Omeyas (1991) y El jinete polaco (1991), que obtuvo en 1991 el Premio Planeta y en 1992 el Nacional de Narrativa, recibiendo el autor ese mismo año el Premio Nacional de Traducción. Publicó después un volumen de relatos, Nada del otro mundo (1993), el estudio Sostener la mirada, imágenes de las Alpujarras(1993) y una novela corta, El dueño del secreto(1994), que describe una conspiración contra el general Franco.

En 1995 publicó Ardor guerrero, relato crítico centrado en sus experiencias durante el servicio militar. El mismo año fue elegido miembro de la Real Academia Española. En 1997 apareció Plenilunio, considerada por la crítica como su obra de mayor madurez. Se trata de una historia de intriga donde el crimen es sólo la excusa para caracterizar, de manera ambivalente, a una serie de personajes.

Otras obras suyas son Pura alegría (1998), un ensayo en el que incluye su discurso de ingreso en la Real Academia y varias conferencias sobre la creación literaria; Las huellas de unas palabras (1999); Carlota Fainberg (1999) y En ausencia de Blanca (2000). Posteriormente publicó Sefarad (2001), La vida por delante (2002), Ventanas de Manhattan (2004) y El viento de la Luna (2006).






AUTOBIOGRAFÍA

Nací en Úbeda, provincia de Jaén, el 10 de enero de 1956. Mi padre se confundió de fecha al ir a inscribirme en el registro unos días más tarde, de modo que a efectos legales soy dos días más joven. En esa época las mujeres aún daban a luz en casa, ayudadas por una comadrona. Yo nací en la buhardilla que mis padres alquilaron al casarse. La llamaban “el cuarto de la viga”. Los dos eran muy jóvenes: mi padre tenía 27 años, mi madre 25. Yo también tenía 27 años cuando nació mi hijo mayor.
Mi padre trabajaba en una huerta y vendía hortaliza en el mercado de abastos. Lo que mi madre hacía se llamaba, en el lenguaje oficial de entonces, “sus labores”. Los dos eran niños cuando empezó la guerra civil y los dos tuvieron que dejar la escuela para ayudar en casa. Mi padre, trabajando en la huerta de la que su padre estaba ausente, alistado en el ejército republicano. Mi madre ayudando a criar a sus hermanos pequeños. A los dos les costaba escribir cuando fueron mayores. Leían con mucha atención, murmurando las palabras. En los primeros años de la democracia recobrada los dos asistieron a escuelas para adultos.
Durante los primeros tiempos de mi vida fui un privilegiado: hijo único, nieto y sobrino casi único. Cuando mi hermana nació yo ya tenía casi seis años. Mis padres, mis abuelos, mis tíos, llegaban a casa trayéndome tebeos y a veces caramelos y pequeños cartuchos de cacahuetes o castañas asadas, el papel de estraza todavía caliente cuando lo tocaba. Aprendí a leer, escribir y hacer cuentas en una escuela de las que llamaban “de perra gorda”. Nos sentábamos en pequeñas sillas de anea que habíamos traído de nuestras casas y escribíamos en pizarra individuales con marcos de madera, con pizarrines de tiza blanca que se partían si uno apretaba demasiado.

Mi primera escuela formal fue la de los Jesuitas, en la que entré con seis años. Llevábamos mandiles azules y las aulas parecían enormes. Tuve dos maestros en aquellos años, don Florentín y don Luis Molina. Luis Molina, que ahora es amigo mío, sembró en mí el deseo consciente de seguir estudiando, y convenció a mi padre de que lo permitiera. En esa época, y en las familias trabajadoras, lo normal era que los niños dejaran la escuela hacia los doce años para ponerse a trabajar.
Me gustaban mucho los tebeos, los libros, las películas, los seriales de la radio y los programas de discos dedicados. Cerca de nuestra casa había un cine de verano, al que iba con mi madre, mis abuelos y mis tíos casi todas las noches. Todas las películas me gustaban, salvo las “de llorar”, que eran melodramas mexicanos en blanco y negro. En la radio no me cansaba de oir los folletines de Guillermo Sautier Casaseca y las canciones populares que reinaron en ella hasta la irrupción de la música pop anglosajona y sus derivados: Lola Flores, Juanito Valderrama, Antonio Molina, Joselito, Marisol. En la radio la gente reconocía exactamente su propio mundo sentimental. Cuando se acercaba la Navidad, mi abuela Leonor, mi madre y mi tía Juani, su hermana más joven, pasaban la mañana cantando villancicos mientras hacían la cama y arreglaban la casa. Las canciones de la radio y los villancicos de las mujeres de mi familia fueron las emociones musicales más intensas de mi infancia.
Hice el bachillerato elemental –entre los once y los catorce años- en el colegio Salesiano de Úbeda, donde descubrí que a uno lo podían tratar de manera distinta según la posición social que tuviera su familia. Por fortuna el bachillerato superior lo hice en un instituto de Enseñanza Media: el San Juan de la Cruz. La enseñanza tan sólida que recibí allí y el trato a la vez respetuoso y firme de los profesores creo que son la columna vertebral de mi educación y hasta de mi ciudadanía. Si no aprendí más fue por desidia, o por confusa rebeldía adolescente. La formación intelectual que no podía darme mis padres la recibí de mis maestros en la escuela y mis profesores en el Instituto: por eso tal vez soy un defensor tan apasionado de la instrucción pública como fundamento de la justicia social.
A los trece años, en el verano de 1969, el de la llegada del Apolo XI a la Luna, me llegó el gran sobresalto de la música pop cantada en inglés: The Ballad of John and Yoko, Come Together, The Age of Aquarius. Mi amigo Antonio Madrid me descubrió Get Back Bridge over Troubled Waters. De un viaje a Madrid mi padre me había traído, no sé por qué motivo, un diccionario de inglés. Entonces los únicos idiomas que se estudiaban oficialmente eran el francés y el latín: el inglés tenía una sugestión muy fuerte de libertad, y hasta de aventura sexual. El inglés era la lengua de las extranjeras rubias que llegaban a las playas, algunas de las cuales pasaban fugazmente por nuestra ciudad interior, con minifaldas o pantalones cortos, con gafas de sol, con cámaras al hombro.
Hacia los once o los doce años empecé a leer a Julio Verne y a Mark Twain, a Stevenson, a Agatha Christie, a Dumas. Quizás la novela que he leído más veces en mi vida es La isla misteriosa, de Verne. El primer personaje que me produjo una fascinación consciente como pura invención literaria fue el capitán Nemo. Julio Verne fue el primer escritor: el que me hizo comprender que las novelas las escribía alguien, que no eran una parte espontánea del mundo. Por imitación de Verne concebí la posibilidad fantástica de hacerme yo también escritor. Después vinieron, desordenadamente, Cervantes, Bécquer, García Lorca. A los 16 años escribí una obra de teatro entre existencial y de protesta, a la manera de la época, que se titulaba “La Academia”. La montaron unos amigos míos en la escuela de Magisterio de los jesuitas, y fue prohibida no recuerdo por quién el día antes del estreno. Eso me dio la satisfacción precoz de verme a mí mismo como un autor represaliado por la dictadura.
Unos días antes de cumplir 18 años se me hizo realidad por fin el sueño de llegar a Madrid para estudiar Periodismo y convertirme en autor de obras de teatro de agitación política. El sueño no duró casi nada. Madrid era una ciudad demasiado grande y demasiado hostil para mi apocamiento pueblerino, la grandiosamente bautizada como Facultad de Ciencias de la Información resultó un fraude, mi beca apenas daba para comer. Participé por primera vez en mi vida en una manifestación de protesta por el fusilamiento de Salvador Puig Antich y al cabo de veinte minutos ya estaba preso y esposado. A finales de curso volví a Úbeda, y el otoño estaba comenzando Geografía e Historia en la universidad de Granada. Casi todos mis amigos y mis conocidos militaban clandestinamente en el Partido Comunista. Yo estuve a punto de afiliarme también, pero la detención en Madrid había acentuado mi tendencia natural al miedo.
Llegué a Granada en septiembre de 1974 y entre unas cosas y otras me quedé allí casi 20 años, con la excepción del tiempo que pasé en el ejército. En Granada estudié sin mucho ahinco y elegí especializarme en Historia del Arte y allí escribí mis primeros relatos, mis primeros artículos y mis primeras novelas. En Granada nacieron dos de mis hijos y se publicó mi primer libro. Trabajé allí siete años, en una oficina del Ayuntamiento, organizando conciertos y actividades culturales muy variadas. Conocí a grandes músicos de jazz: Dizzy Gillespie, Sonny Stitt, Paquito d’Rivera, Tete Montoliú, Phil Woods, Woody Shaw. También a un grandísimo pintor, José Guerrero. Empecé a publicar artículos en el Diario de Granada y tuve por primera vez la experiencia de escribir algo que deja de ser nuestro al hacerse público, y la del eco que nos devuelve el lector. El periódico me enseñó a escribir con regularidad y disciplina, con límites fijos. En 1985 terminé mi primera novela, “Beatus Ille”.
En 1982 me había casado en Úbeda con Marilena Vico. Hijos y libros se suceden y alternan en los años siguientes: Antonio, 1983; El Robinson Urbano, 1984; Beatus Ille y Arturo, 1986; El invierno en Lisboa, 1987; Beltenebros y Elena, 1989. Mi primer matrimonio duró hasta 1991. En el otoño de ese año me dieron el premio Planeta por El jinete polaco. En enero de 1992 empecé a vivir en Madrid con Elvira Lindo y con Miguel, que tenía 6 años. Ahora me asombra el vértigo de que me sucedieran tantas cosas en tan poco tiempo. En 1993 viví por primera vez una temporada en los Estados Unidos, dando clases en la universidad de Virginia. En diciembre de 1994 Elvira y yo nos casamos en el Escorial.
Desde que publiqué mi primer artículo en Diario de Granada, en 1982, casi nunca he dejado de escribir en los periódicos. El articulismo puede ser una forma soberana de literatura y un medio digno de ganarse ingresos regulares, en un oficio tan lleno de incertidumbres. El primer periódico nacional con el que tuve un compromiso regular de colaboración fue ABC , donde los escritores han sido siempre muy bien tratados. Desde 1990, y con breves intervalos, he colaborado enEl País, casi siempre escribiendo crónicas semanales. Como mis aficiones son bastante diversas, también escribo una columna en la revista mensual de divulgación científica Muy Interesante, y otra en Scherzo, sobre música.
En 1990 viajé por primera vez a Nueva York. Fui volviendo en años sucesivos, cada vez más frecuencia, siempre en compañía de Elvira, que disfrutó desde el principio de la ciudad tanto como yo. En 2001 y 2002 di clases de literatura en la City University. En 2004 me nombraron director del Instituto Cervantes de Nueva York, en el que me comprometí a quedarme dos años. En el otoño de 2006, yendo y viniendo en tren por la orilla del Hudson, porque mi amigo el novelista Norman Manea me había invitado a dar unas clases en su universidad, Bard College, empecé a imaginar la última novela que he escrito, la más larga de todas, La noche de los tiempos. Como Elvira y yo fuimos padres muy jóvenes, hemos descubierto con sorpresa y con gratitud que nuestros hijos se han hecho adultos cuando nosotros aún estamos en plenas condiciones de disfrutar con entusiasmo y serenidad de la vida. Vivimos largas temporadas en Madrid, largas temporadas en Nueva York. Llevamos con nosotros la oficina y el archivo cada uno en nuestro portátil, y en las dos ciudades trabajamos en estudios contiguos. En Madrid yo tiendo más a quedarme en casa. En Nueva York me tienta con más fuerza la atracción de la calle.
La literatura es mi afición y mi trabajo, pero no creo que sea lo más importante de la vida, ni mucho menos que se baste para darle sentido. Más que la literatura me importa el bienestar de las personas que quiero: mi mujer, nuestros hijos, nuestra doble y complicada familia. Mi padre, Francisco Muñoz Valenzuela, murió en marzo de 2004 y todavía me acuerdo mucho de él, y pienso en cómo sería si hubiera seguido viviendo, internándose en la vejez que le daba tanto miedo.
Creo que el escritor continúa el oficio inmemorial de los narradores de cuentos, que daban forma mediante relatos orales a la experiencia compartida del mundo. Contar y escuchar historias no es un capricho, ni una sofisticación intelectual: es un rasgo universal de la condición humana, que está en todas las sociedades y arranca en la primera edad de la vida. Quizás por eso no me atrae mucho la literatura que se vuelca sobre sí misma, que tiene al escritor y a la escritura como focos principales de atención. Cervantes y Galdós, Virginia Woolf y James Joyce, Borges y Onetti, Proust y Flaubert, entre tantos otros, me han enseñado lo mismo, de muy diversas maneras: a buscar la forma más eficaz de contar la realidad visible del mundo y la invisible de la conciencia humana. Pero también aprendo mucho de la música y de la pintura, y del cine, aunque lo frecuento menos que cuando era más joven.
Políticamente, soy un socialdemócrata: defiendo la instrucción pública y la sanidad pública, el respeto escrupuloso de la legalidad democrática, la igualdad de hombres y mujeres, el derecho de cada uno a elegir su forma de vivir y si es preciso de morir dentro de la conciencia de nuestra responsabilidad como ciudadanos. Derechos sin responsabilidades son privilegios; un derecho individual beneficia a la comunidad; un privilegio siempre se ejerce a costa de alguien. Ser progresista no es defender a rajatabla al grupo al que uno pertenece sino vindicar como propias las causas singulares de quienes en principio no son como nosotros. Un progresista, aunque sea hombre, es feminista; aunque sea heterosexual, defiende con vigor el respeto a la condición y la igualdad jurídica de los homosexuales; un progresista se rebela contra el sufrimiento innecesario de los animales y contra el despilfarro de los bienes ambientales que son de todos, también de las generaciones futuras.




Antonio Muñoz Molina califica 'El invierno en Lisboa', su ultima novela, de 'jam-session'


Juana Salabert 
27 de mayo de 1987



De jam-session califica Antonio Muñoz Molina su última novela, El invierno en Lisboa, que fue presentada el pasado lunes en Madrid. Muñoz Molina irrumpió brillantemente el año pasado en el panorama literario con una primera novela, Beatus ille que fue acogida por la crítica como una auténtica revelación.

La presentación, a cargo del cantante Joaquín Sabina, tuvo lugar en un bar, "ya que", señala Muñoz Molina, "hay en mi novela una especie de invocación a los bares, a los lugares no legitimados como patria".Narrada con una prosa rica y envolvente, El invierno en Lisboa (editada por Seix Barral), cuyo protagonista es un joven músico de jazz atrapado en las lindes de una historia enigmática y convulsa, es un thriller con ritmo de jamsession.

Señala Antonio Muñoz Molina que utiliza en la novela un sutil y casi baudelairiano juego de correspondencias simbólicas, que no se trata en absoluto de una novela negra, ni de un pastiche de géneros que están en mi alma desde siempre, como el cine o la música. Como decía Alberti: 'yo nací, respetadme, con el cine'. Así es que he integrado elementos cinematográficos, con una gran influencia, por ejemplo, de Hitchcock, en la narración, y he tratado de articular una suerte de ritmo jazzístico. Sabes, como los músicos de jazz, que abandonan la melodía, improvisan y luego regresan a ella...Así, la historia gira sobre dos nombres, Burma y Lisboa, que al principio sólo son dos nombres de canciones".

Buscando la música

Afirma este escritor, nacido en Úbeda en 1956 y afincado en Granada desde 1974, "que la base del libro está ciertamente en la pasión, en el amour fou". "Hay en él un paralelismo entre el discurso amoroso y el discurso artístico. Mi protagonista busca en la música y en el amor, en ese amor magnético que le fue dado. en plena inocencia y que sólo puede recuperar cuando ya ha renunciado a conservarlo, una justificación absoluta". Así, los personajes de El invierno en Lisboa viven atrapados por lo que Baudelaire dio en llamar "el horror y el éxtasis de la vida"."En el fondo", asegura, "todo proceso de creación es un proceso de conocimiento, de volver consciente lo inconsciente, como si los personajes, paralelamente al proceso de su autor, se hallaran a la conquista de su destino. La escritura, la invención, son un arma contra la propia imposibilidad del conocimiento, una reinvención simbolizada de esa imposibilidad".

Nacido en una familia de origen campesino, Antonio Muñoz Molina creció bajo el influjo de las narraciones orales que hablaban de una guerra perdida (esa guerra que en Beatus ille se torna imantada, mítica memoria, "quizá porque", explica, "para nosotros, los jóvenes, la guerra civil tiene el mismo resplandor que la de Secesión para un Faulkner, que no la vivió pero que la escuchó de labios de ancianas negras en la cocina de su casa") y de viejas leyendas.

"Un escritor es como el niño que está jugando y dice convencido que está en el castillo de irás y no volverás. Porque cuando uno escribe sabe que tras una puerta cerrada caben todos los prodigios..." asegura. No cree, sin embargo, que exista realmente una generación de jóvenes novelistas. "Eso de los narradores jóvenes me parece un invento", concluye.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 27 de mayo de 1987

EL PAÍS


Antonio Muñoz Molina gana el Premio Nacional de Narrativa por 'El jinete polaco'

El escritor jienense obtuvo este año el Planeta con la misma novela


Jesús Arias
6 de abril de 1992

El escritor Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956), colaborador de EL PAÍS, obtuvo ayer el Premio Nacional de Narrativa, dotado con 2,5 millones de pesetas, por El jinete polaco. La novela ganó también el último Premio Planeta. Muñoz Molina, autor de Beatus ille, El invierno en Lisboa y Beltenebros, había logrado ya el nacional de Narrativa en 1988, así como el de la Crítica, ambos por El invierno en Lisboa. Finalistas fueron Juan Benet (El caballero de Sajonia), José Antonio Gabriel y Galán (Muchos años después), Eduardo Mendicutti (El palomo cojo) y Francisco Umbral (Leyenda del César visionario).

El ganador del Premio Nacional de Narrativa no se enteró de que lo era hasta mediada la tarde de ayer, porque antes había estado tomando cervezas en compañía de unos amigos por las calles de Granada. "Los premios dependen del libro al que se dan", dijo Muñoz Molina. "El premio es sólo un adjetivo. El libro es lo importante. Lo que no se puede hacer es que primero esté un determinado premio y luego esté el libro. Para mí el premio es muy importante y siempre me ha alegrado recibir alguno. Me alegré mucho cuando me dieron el Nacional de Literatura por El invierno en Lisboa, pero nunca hay que prestarle más importancia que la que merecen. Lo importante para mí es escribir".Antonio Muñoz Molina se ha convertido en un auténtico triunfador de la literatura. Tras estudiar Periodismo en Madrid y Arte en la Universidad de Granada, publicó en 1986 su primera novela, Beatus ille, con la que obtuvo el premio Ícaro. A partir de ahí todas sus novelas han resultado galardonadas, y dos -El invierno en Lisboa y Beltenebros- llevadas al cine por José Antonio Zorrilla y Pilar Miró.

Reticencias

El jinete polaco obtiene, pues, en el mismo ano, el Planeta, premio comercial por antonomasia -dotado con 25 millones de pesetas-, y el Nacional de Narrativa, considerado el más prestigioso. Se trata de una novela sobre la memoria, que fue calificada por Muñoz Molina como "una ficción en forma autobiográfica" y "básicamente un intento de explicarse de dónde procede uno. Es un acto de búsqueda y de gratitud hacia una serie de personas, hacia una clase social que vive con heroísmo vencido y sin mucho porvenir y cuyo sufrimiento originó a las personas que vivimos ahora".

El haberse convertido en el escritor de moda a base de ser el más premiado no parece asustar al escritor. "Si yo me presentara a todos los premios, quizá. Pero al único que me he presentado ha sido al Planeta. Los demás me los han dado sin pedirlos ni aspirar a ellos. Yo tengo muy claro que la literatura va por un lado y los premios van por otro. Dentro de todo, en el Premio Nacional de este año había novelas finalistas muy buenas y muy sólidas, y lo que es mejor aún, entre los libros publicados había obras excelentes: Eduardo Mendoza, Carmen Martín Gaite, Javier Marías y una novela maravillosa a la que, sin embargo, nadie le ha hecho caso, como La buena letra, de Rafael Chirbes, que es excepcional. Eso lo comparas con otros países, en donde no hay tal abundancia de literatura, y te das cuenta de lo importante del momento español actual".

Curiosamente, Antonio Mufioz Molina, informa Jesús Arias desde Granada, se muestra reticente ante el significado de los galardones oficiales. "No estoy en contra de los premios, pero muchas veces las instituciones los utilizan como coartada o disculpa de otras cosas que deberían hacer y que no hacen".

Fenómeno natural

El hecho de que los escritores más jóvenes están acaparando el mayor número de premios es visto por Muñoz Molina como un fenómeno natural. "La gente de mi edad empezó a publicar hace unos años y ya se ha ido asentando. Los premios son una manera de señalar la presencia de esos escritores en la vida literaria. Por mi parte, el que se concedan premios a los escritores más nuevos es una cosa normal". Sobre el final de la tradición de premiar a los escritores consagrados añade que "se rompió hace tiempo. En determinados campos sigue existiendo, como en poesía, donde se ha premiado a un escritor que murió hace tiempo. ¿Es que no ha salido en 1991 ningún buen libro de poemas?".El jurado del premio nacional de Narrativa 1992 lo integraban Federico Ibáñez, director general del Libro y Bibliotecas; Magdalena Vinent, directora del Centro de las Letras Españolas; Gregorio Salvador, de la Real Academia Española; Ibon Joaquín Sarasola Errazquin, de la ea cademia de la Lengua Vasca; Miguel Dolç, del Instituto de Estudios Catalanes; Andrés Sorel, de la Asociación Colegial de Escritores; Miguel García Posada, de la Asociación Española de Críticos Literarios; además de los novelistas José Manuel Caballero Bonald, Eduardo Mendoza, Lourdes Ortiz y Antonio Prieto y el catedrático Francisco Darío Villanueva.

Pese a su escaso amor por los baños de multitudes, el escritor se encontrará hoy con sus lectores en la feria del libro de Madrid, donde firmará ejemplares a partir de las seis de la tarde.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 6 de junio de 1992

EL PAÍS



Antonio Muñoz Molina



Galardón a un novelista de la memoria

El último comprometido


JUAN CRUZ
6 JUN 1992

Muñoz Molina quería desaparecer cuando se hizo público que era candidato a un premio más. No es pose. Él siempre fue así. Desde hace media década le persiguen las consecuencias de la fama: no cesan de lloverle galardones, parabienes y, cómo no, la penitencia que acarrea el mantenimiento de la calidad. No se lo perdonan. A él le ha movido poco la feria de las vanidades y mantiene las relaciones antiguas como quien atesora la memoria. Su literatura, que podría haberse visto afectada por los vaivenes de la gloria, ha seguido teniendo su sustento en los verbos del recuerdo, en las esquinas de su pueblo, en los rostros de los que por primera vez le llevaron al cine.Su texto es jugoso y abierto, penetrado por igual por la sensibilidad y por el rigor de la cultura. Verle vivir resulta beneficioso para apurar el conocimiento de su obra: honesto y pausado, irónico e inteligente, este ciudadano de Úbeda nació para mirar y sigue haciéndolo con la pasión del último comprometido. Muchos de sus personajes transitan por las calles por donde ha vivido y algunos de sus episodios son sucesos que él mismo ha contemplado. Desde ese lugar pueblerino en cuyo centro están sus ojos ha construido una metáfora del mundo, como hicieron autores tan queridos para él como Juan Rulfo y Juan Carlos Onetti. Encerrado en un laboratorio transparente, cumple con vigor la definición clásica de la novela como espejo situado al borde del camino. Eso es lo que le premian los lectores multiplicados de sus libros.

Que haya logrado esa adicción sin dejarse llevar por las amarras del mercado se explica por la calidad de lo que hace y también por la exigencia que ha impuesto no sólo a la ficción sino a su aparición pública: nada de lo que es humano ha dejado de interesarle, y el cinismo que a veces ponen la edad y la gloria en la frente de los escritores no le ha alcanzado con su ceniza malévola. Sigue siendo un hombre comprometido con los otros, un testigo incómodo, un hombre libre.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 6 de junio de 1992

EL PAÍS



Antonio Muñoz Molina
Azares del oficio
El País, 17/09/2011

Dentro de unos meses hará 30 años que publiqué por primera vez algo en un periódico. Dos años más tarde, a finales de 1984, apareció mi primer libro. Creo que voy teniendo ya una cierta perspectiva para reflexionar sobre lo que se llama el éxito y lo que se llama el fracaso, sobre la fama casi siempre dudosa que puede deparar la literatura y sobre la oscuridad en la que muchas veces queda postergada o perdida, incluso sobre el grado de justicia o de injusticia con que se valora a un escritor. Treinta años, o casi, dan para mucho. En 1982, cuando yo empecé a colaborar en un periódico recién fundado que duró muy poco tiempo, Diario de Granada, en las redacciones había un ruido frenético de máquinas de escribir y una neblina permanente de humo de tabaco. Las dos cosas parecían naturales. Las dos desaparecieron al cabo de no mucho tiempo, primero las máquinas, después el humo. Los artículos los escribía uno a máquina en su casa y los llevaba en mano al periódico. Dictar por teléfono era costumbre de enviados especiales en el extranjero. A los colaboradores de periódicos de provincias una de las muchas cosas que nos producían admiración de Francisco Umbral era que mencionaba como de pasada en sus crónicas que un motorista iba a su casa cada tarde para recogerlas.
Las mías yo las llevaba a pie o en autobús. Y aunque retrospectivamente parece que aquel era un comienzo inevitable yo no me olvido nunca de lo que tuvo de casual. Fue una casualidad que fundaran en Granada aquel periódico nuevo, y que yo conociera al redactor jefe, Antonio Ramos Espejo. Yo tenía 26 años y llevaba escribiendo desde antes de la adolescencia, pero nunca me habían publicado nada, ni me habían premiado ni seleccionado en ninguno de los concursos de cuentos a los que me presentaba. Me armé de valor una tarde y fui al periódico. Antonio Ramos me recibió con la amabilidad distraída de quien tiene demasiadas cosas a las que prestar atención y cuando le ofrecí llevarle algo me dijo, con una simplicidad desconcertante:
-Venga. Escríbeme una columna todas las semanas.
Que se diera por supuesto que esas colaboraciones no se cobraban me pareció lo más natural. Diario de Granada fue un periódico pobre que no duró mucho tiempo y en el que había a veces cantidades prodigiosas de erratas, pero sin esa oportunidad que tuve de escribir en él no sé cuál habría sido mi futuro de posible escritor. Los profesores, los mismos escritores, presentan la vocación como una fuerza solitaria que se alimenta de sí misma y que de antemano tiene trazada una dirección. Esa no es mi experiencia. Yo no sé cuánto tiempo más habría resistido mi vocación sin el estímulo de ver impreso lo que escribía; sin el eco inmediato de algunos lectores; sin la disciplina que se aprende escribiendo con una extensión predeterminada y con una fecha y una hora de entrega; sin la bendición de que al publicar uno se aligera de lo ya escrito y puede volcarse hacia lo ni siquiera intuido todavía.
Yo recortaba mis artículos del periódico y los guardaba en una carpeta con gomas: reliquias del pasado, del siglo pasado. Me asombraba y me halagaba una modesta notoriedad local, y eso me animaba a escribir más, a tantear de nuevo la posibilidad de una novela empezada y abandonada años atrás. Trabajaba de ocho a tres en una oficina y por las tardes escribía. Dos amigos que sacaban adelante una pequeña editorial de poesía, Silene, me propusieron que hiciera un libro con los artículos de aquella serie ya concluida en el Diario de Granada. La vocación no sucede en el vacío, y el poco o mucho talento que cada uno tenga no es nada sin ciertos azares decisivos, detrás de la mayor parte de los cuales hay al menos un acto de generosidad. Los poetas José Gutiérrez y Rafael Juárez me animaron a reunir ese libro de artículos, con una convicción que a mí me faltaba. El pintor Juan Vida me diseñó gratis la portada y me asesoró en el mundo recóndito de las imprentas locales. A mí me parecía una secreta indignidad publicar un libro pagándome yo mismo la edición, pero los dueños de la imprenta eran también amigos, y hasta un conocido se ofreció a llevar los ejemplares de cinco en cinco por las librerías y las papelerías de Granada. En el mundo exterior no había ni que pensar. Luis García Montero, Mariano Maresca, escribieron reseñas en periódicos de la ciudad. Entre unos y otros me daban direcciones de escritores o críticos a los que sería conveniente que les mandara ejemplares dedicados.
Tener un libro con mi nombre en la primera página era algo y no era nada. Verlo en el escaparate de la librería de un amigo; o en un anaquel de una papelería en la que los cinco ejemplares dejados por mi distribuidor permanecían intactos cada vez que yo entraba a comprar unos folios o simplemente a mirar de soslayo a ver si faltaba algún ejemplar. Vivía en la congoja de invisibilidad del aspirante a escritor confinado en su provincia. La frase de Pascal sobre la amplitud de los mundos que ignoran la existencia de uno me la aplicaba a mí mismo y a mi libro, que al menos llevaba el sello de la editorial Silene, ahorrándome así la habitual ignominia, edición del autor.
En cada momento lo que me sucedió podía no haberme sucedido. Pere Gimferrer podía no haber ido a Granada a dar una conferencia unos meses después. Mi amigo Mariano Maresca podía no haberle regalado mi libro. Y a casi nadie más que a Gimferrer se le ocurre leer un libro que le han dado después de una conferencia, en ese paréntesis fatigoso entre la charla y tal vez la cena posterior con los anfitriones y el regreso a la habitación del hotel, de donde uno se marchará con pocos recuerdos y casi siempre con alivio a la mañana siguiente. No hay muchos editores que tengan una verdadera vocación de descubrir. No los hay ahora y no los había entonces. Yo tuve la suerte de que mi novela recién terminada la leyeran Pere Gimferrer y Mario Lacruz; y también de que en aquellos años estuviera surgiendo un público lector que era tan nuevo como nosotros, los escritores de novelas, como la democracia recién inventada, excitante y convulsa en la que unos y otros nos encontrábamos y de una manera inesperada e instintiva nos reconocíamos.
Otros con iguales o mayores méritos no habrán sido tan afortunados. En la generación joven de ahora mismo habrá quien tenga más talento y brille menos que algunos de sus coetáneos. Todo depende tanto del azar, de la moda. En cada generación hay unos cuantos astutos que atisban mejor que nadie la dirección del viento y saben cómo y dónde colocarse, pero no sé si a la larga eso sirve de mucho. Tampoco estoy seguro de que al final el tiempo ponga a cada uno en su sitio. Escribir con entrega a lo que se hace y confianza en los desconocidos es la única seguridad razonable en este oficio incierto.


El Robinson urbano. Antonio Muñoz Molina. Silene, 1984. Seix Barral, 2009. Prólogo de Pere Gimferrer. 


BIBLIOGRAFÍA
NOVELA
  • Beatus Ille, Seix Barral, Barcelona, 1986
  • El invierno en Lisboa, Seix Barral, 1987
  • Beltenebros, Seix Barral, 1989
  • El jinete polaco, Planeta, Barcelona, 1991
  • Los misterios de Madrid, Seix Barral, 1992 (publicado originalmente en el diario El País entre el 11 de agosto y el 7 de septiembre de 1992)
  • El dueño del secreto, novela corta, Seix Barral, 1994
  • Ardor guerrero, Alfaguara, Madrid, 1995
  • Plenilunio, Alfaguara, 1997
  • Carlota Fainberg, novela corta, Alfaguara, 1999
  • En ausencia de Blanca, novela corta, Alfaguara, 2001
  • Sefarad, Alfaguara, 2001 (en marzo de 2013, la editorial Cátedra publicó la novela en su colección Letras Hispánicas con una edición crítica, a cargo de Pablo Valdivia, que incluye abundante material inédito y un estudio de todo el proceso de escritura y de recepción de la obra)
  • El viento de la Luna, Seix Barral, 2006
  • La noche de los tiempos, Seix Barral, 2009
RELATOS
  • Las otras vidas, 4 cuentos, Mondadori, 1988. Contiene:
    • Las otras vidasEl cuarto del fantasmaLa colina de los sacrificios y Te golpearé sin cólera
  • Nada del otro mundo, Espasa Calpe, Madrid, 1993 (en 2011 Seix Barral sacó una nueva edición, que contiene 14 cuentos, prácticamente todos los escritos hasta esa fecha)
ENSAYO
  • Córdoba de los Omeyas, Planeta, 1991
  • La verdad de la ficción, Renacimiento, Sevilla, 1992
  • Pura alegría, Alfaguara, 1998. Este libro, que reúne diversos textos sobre literatura, contiene (al menos en la edición de Alfaguara 2008) una introducción seguida de dos partes:
    • La realidad de la ficción: I. El argumento y la historia; II. El personaje y su modelo; III. La voz y el estilo y IV. La sombra del lector (ciclo de conferencias pronunciadas en la Fundación Juan March en enero de 1991)
    • La invención de un pasado: Destierro y destiempo de Max Aub (discurso de ingreso en la RAE, 16.06.1996); Max Aub: una mirada española y judía sobre las ruinas de Europa (conferencia en El Escorial 18.08.1997, cursos de verano en la Universidad Complutense); El hombre habitado por la voces (prólogo a  ¡Absalón, Absalón! de Faulkner, Ed. Debate, 1991); Sueños realizados: invitación a los relatos de Juan Carlos Onetti (prólogo a Cuentos completos de Onetti, Alfaguara, 1994); Memoria y ficción (conferencia leída en el ciclo sobre la memoria organizada por José María Ruiz Vargas en 1995); y La invención de un pasado (conferencia pronunciada en el Departamento de Lenguas Romanas de la Universidad de Harvard, 23.04.1993)
    • Epílogo: Pura alegría (artículo publicado en ABC en mayo de 1997 con motivo de la publicación de Plenilunio)
  • José Guerrero. El artista que vuelve, Diputación Provincial de Granada, 2001
  • El atrevimiento de mirar, 9 textos sobre siete pintores y un fotógrafo, Galaxia Gutenberg, 2012, Contiene:
    • Hermosura y luz no usada: un tocador de zanfona de Georges de La Tour, El atrevimiento de mirarLos fusilamientos de la MoncloaLas ventanas de HopperTeoría del verano de 1923;El retrato y la sombra. Chistian SchadEl tiempo y las hermanas BrownLa vocación de Juan Genovés y Miguel Macaya, boxeador de sombras
  • Todo lo que era sólido, Seix Barral, 2013
DIARIOS
  • Ventanas de Manhattan, Seix Barral, 2004
  • Días de diario, Seix Barral, 2007
ARTÍCULOS
  • El Robinson urbano, recopilación de textos publicados en el diario Ideal; Silene Fábula, Granada, 1984
  • Diario del Nautilus, Diputación Provincial de Granada, 1986 (reeditado por Mondadori en 1989 en versión corregida por el autor)
  • Las apariencias, Santillana, 1995
  • La huerta del Edén: escritos y diatribas sobre Andalucía, Ollero y Ramos, Madrid, 1996
  • Unas gafas de Pla (2000)
  • La vida por delante (2002)
OTROS
  • ¿Por qué no es útil la literatura?, diálogo con el poeta Luis García Montero: Hiperión, Madrid, 1993
  • Escrito en un instante (1996), colección de textos breves
  • Por un trago de aguardiente (1999). Antología dialogada realizada por José Manuel Fajardo y Manuel Colomer Nieto
PREMIOS Y RECONOCIMIENTOS
  • 1986: Premio Ícaro de Literatura por Beatus Ille.
  • 1988: Premio Nacional de Narrativa y Premio de la Crítica por El invierno en Lisboa.
  • 1991: Premio Planeta por El jinete polaco.
  • 1992: Premio Nacional de Narrativa por El jinete polaco.
  • 1995: Es elegido miembro de la Real Academia Española.
  • 1997: Premio Euskadi de Plata.
  • 1998: Plenilunio:
    • Premio Femina Etranger a la mejor obra extranjera publicada en Francia.
    • Premio Elle.
    • Premio Crisol.
  • 2003:
    • Premio Mariano de Cavia por su artículo Lecciones de septiembre.
    • Premio González-Ruano por su artículo Los herederos.
  • 2006: Doctor Honoris Causa por la Villanova University, Pennsylvania.
  • 2007: Doctor Honoris Causa por la Universidad de Jaén, España.
  • 2010: Doctor Honoris Causa por la Brandeis University, Massachusetts.
  • 2012: Prix Méditerranée Etranger 2012 por La noche de los tiempos.
  • 2013: Premio Jerusalén
  • 2013: Premio Príncipe de Asturias de las Letras
Fuente: Wikipedia


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