martes, 1 de enero de 2013

Triunfo Arciniegas


Triunfo Arciniegas





MESTER DE BREVERÍA
Triunfo Arciniegas / Confesión
Triunfo Arciniegas / Susana


SIS
Traducciones


Cuentos
Triunfo Arciniegas / La gata

Muertas de amor

Caperucita Roja y otras historias perversas


La silla que perdió una pata y otras historias

El jardín del unicornio y otros lugares para hombres solos


Querida Lucy

El Superburro y otros héroes

TRADUCCIONES
DIARIO




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MESTER DE BREVERÍA
Traducciones

Noticias de la niebla



Textos inéditos


BIOGRAPHIES II


Triunfo Arciniegas

Escritor colombiano, nacido en Málaga. Magíster en Literatura (Pontificia Universidad Javeriana) y Especialista en Traducción (Universidad de Pamplona). Antes maestro de herrería, zapatero, portero de discoteca, expendedor de una estación de gasolina, librero de fin de semana, maestro de escuela y profesor universitario, ahora se dedica a la escritura, la fotografía, la pintura y otras delicias. Ha publicado El jardín del unicornio y otros lugares para hombres solos (2002), Noticias de la niebla (2003), Mujeres muertas de amor (2008), Cuerpo de amor herido (2010) y Mujeres (2011). Su obra para niños incluye los siguientes títulos: La silla que perdió un pata y otras historias (1988), El león que escribía cartas de amor (1989), La media perdida (1989), La lagartija y el sol (1989), Las batallas de Rosalino (1989), Los casibandidos que casi roban el sol (1991),Caperucita roja y otras historias perversas (1991), La muchacha de Transilvania y otras historias de amor (1993), La pluma más bonita (1994), Serafín es un diablo (1998), El Superburro y otros héroes (1999), El vampiro y otras visitas (2000), La sirena de agua dulce (2001), Los besos de María (2001), Pecas (2002), Mamá no es una gallina (2002), La gota de agua (2003), La verdadera historia del gato con botas (2003),Tres tristes tigres (2004), Carmela toda la vida (2004), La caja de las lágrimas (2004), Roberto está loco (2005), Los olvidos de Alejandra(2005), El árbol triste (2005), La hija del vampiro (2006) Yo, Claudia (2006) Señoras y señores (2007), Bocaflor (2008), María Pepitas (2008), El papá de los tres cerditos (2009), El último viaje de Lupita López (2011), Las barbas del árbol (2011), El niño gato (2013), Letras robadas (2013), Toto, el rey (2013), La llorona (2013). Como dramaturgo, ha publicado: La vaca de Octavio (1997), La araña sube al monte (1997), El pirata de la pata de palo (1997), Lucy es pecosa (1997), Mambrú se fue a la guerra (1998),Después de la lluvia (1998), Torcuato es un león viejo (2000), Amores eternos (2003), La ventana y la bruja (2003), El amor y otras materias(2004), La casa de chocolate (2009).

Obtuvo el VII Premio Enka de Literatura Infantil en 1989 con Las batallas de Rosalino, el Premio Comfamiliar del Atlántico en 1991 con Caperucita Roja y otras historias perversas, el Premio Nacional de Literatura de Colcultura en 1993 con La muchacha de Transilvania, el Premio Nacional de Dramaturgia para la Niñez en 1998 con Torcuato es un león viejo, el Premio de Literatura Infantil Parker en 2003 con La negra y el diablo y el Premio Nacional de Cuento Jorge Gaitán Durán en 2007 con Mujeres muertas de amor. Autor recomendado por el Banco del Libro de Venezuela. Además, White Ravens 2014 por El niño gato. Premio Fundación Cuatro Gatos 2014 y Lista de honor IBBY 2016 por Letras robadas. Nominado al Premio Hans Christian Andersen 2018.

Su obra hace parte de las antologías Colombia à chœr ouvert (París, 1991), Und träumten vom Leben: Erzählungen aus Kolumbien  (Zürich, 2001),  Hören wie die Hennen Krähen (Zürich, 2003), Cuentos de esto y de aquello (San José, Costa Rica, 1993), Antología de los mejores relatos infantiles (Bogotá, Presidencia de la República, 1977), Cuentos breves latinoamericanos (Buenos Aires, Coedición Latinoamericana, 1998), Poesía de América Latina para niños (Sâo Paulo, Coedición Latinoamericana, 2000), Cuentos sin cuenta/Relatos de Escritores de la Generación del 50(Cali, Universidad del Valle, 2003), Cuentos breves de América y España(Buenos Aires, 2004), Historias para girar (México, SM, 2004), Historias para habitar (México, SM, 2004), Cuentos y relatos de la literatura colombiana (Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 2005), Antología del microrrelato hispánico (España, Menoscuarto, 2005) y Transmutaciones: Literatura actual colombiana (España, Editorial Regional de Extremadura, 2009).



Triunfo Arciniegas, Laura Dipolito, Jorge Luis Borges, Carlos Gardel y Alfonsina Storni
Cafe Tortoni, Buenos Aires, 4 de julio de 2008 

Triunfo Arciniegas, revisitado

"Soy un imaginador, es mi oficio, un soñador que tropieza con la vida cotidiana, un despistado. Me inquieta el amanecer como a los vampiros, temo a la soledad y el olvido. De pocos amigos y pocas palabras, busco la niebla y los lugares solitarios".

Así comenzaba el retrato hablado que Triunfo me mandó por correo desde Pamplona cuando lo entrevisté para la revista Espantapájaros hace muchos, pero muchísimos años. (En esa época, aunque ahora parezca inconcebible, no existía Internet y sus palabras llegaron en un sobre lleno de estampillas). Lo curioso era estar ahora, después de tanto tiempo, recordando aquella profesión de fe: "Soy un imaginador, es mi oficio". Cómo se las arreglan ciertas frases para grabarse en la memoria, pensé, a medida que desempolvaba los viejos ejemplares que sobrevivieron a los trasteos y a las manos de los niños. ¿Cuántos cumpleaños habían pasado? ¿Cuántas historias, cuántos inventos, cuántos sueños?

Guiada por la necesidad de reconstruir el autorretrato de mi amigo, me fui detrás de aquel rastro de palabras. Y quiso la fortuna que, entre los pocos números de la revista Espantapájaros que conservo —en papel, aclaro, porque cada página sigue guardada en mi memoria—, apareciera el ejemplar número 11, fechado en 1992. Habían pasado 17 años desde aquella entrevista y habíamos cambiado de milenio, pero los rasgos esenciales del retrato se mantenían idénticos. Como solemos decir, casi siempre en tono adulador a quienes reencontramos después de muchos años, sentí la tentación de repetir la frase hecha: "pareces un retrato". Y no se trata de una simple anécdota ni de un dato aleatorio, porque una de las características que asocio con Triunfo Arciniegas es esa coherencia a toda prueba; esa envidiable claridad para saber qué es y qué no es, sin extraviarse en las trampas de la falsa popularidad ni de los trabajos por encargo. Aun en los momentos más difíciles, la terquedad de Triunfo, o quizás la fuerza de su nombre —pues nunca fue tan cierto que el nombre modifica lo nombrado—, lo ha hecho perseverar en el oficio de imaginador, sin concesiones ni imposturas.

Con la revista entre las manos, seguí leyendo sus palabras: "Quisiera volar de noche, tocar el saxofón y conocer París con una mujer. Soy Piscis y detesto los cumpleaños. Tengo infinidad de gustos: dibujar, escribir cartas, leer historias de amor, coleccionar libros y revistas, el jugo de mandarina, el chocolate con galletas, el ron con Coca Cola, la comida de mar. Me gusta perder el tiempo. Quisiera ser un gato". Pensé que quizás lo único que le había faltado en el inventario de gustos y deseos de esos años era su afición por la fotografía y, más exactamente, por las fotos de personas. O quizás no, pues otro rasgo de Triunfo es esa manera suya de ir por la vida, poco importa si lo hace armado de una cámara o de un lápiz, robando rostros y conversaciones y observando detalles de los que nadie se percata, hasta que luego salen a la luz. Es un peligro andar con él y es un peligro verlo tan callado, como esos niños que guardan silencio en el cuarto de al lado, pues su silencio "triunfal" suele ocultar alguna travesura. Recuerdo que una vez nos invitaron a almorzar a la casa de unos amigos en Coyoacán y Triunfo, cámara en mano, nos iba retratando. Yo, que suelo ponerme nerviosa con las fotos, no me di cuenta de que, entre plato y charla, él fue robándonos el alma. Tal vez es eso lo que hace con los niños de las veredas por las que viaja haciendo talleres de literatura y de teatro: les saca la expresión, les roba el alma.

"La exploración del alma", como él mismo la llama en el folleto de presentación de una muestra fotográfica de niños que hizo en 2007 y que saltó también, entre mi colección particular de objetos de Triunfo que atesoro, puede brindar algunas pistas para entender su arte poética: "La fotografía es memoria y encierra miles de palabras...", escribió. "De pronto olvidamos la máscara, la pose, el artificio, y en una foto se nos escapa el alma. Alguien nos sorprende con una lágrima a punto de escapar, con los ojos al borde del abismo, visitando los cuartos de la vida cerrados para siempre". En esos cuartos de la vida por los que Triunfo Arciniegas merodea como un gato, apenas sin ser visto, se oculta el material de sus historias. Alguna vez me confesó que aprendió a escribir diálogos por física necesidad vital, pues era un niño extremadamente tímido. (Algo me dice que todavía lo es). Entonces quería saber cómo se las arreglaba la gente para tener conversaciones cotidianas y se sentaba a hurtadillas detrás de sus compañeros, tratando de robar esas palabras con las que todo el mundo llena horas enteras de charla intrascendente. Y así, copiando en un papel lo que decía la gente, descubrió la materia prima de la que están hechos también sus personajes. A veces pienso que Triunfo escribe con las orejas, pero no me refiero a un facilismo para hacer frases "sonoras y bonitas", sino de una sutil habilidad para captar matices con un oído fino, como escudriña rostros cuando anda con su cámara: "La foto es puro ojo. De nada sirve una cámara si no se tiene el ojo. Sigiloso y paciente, como el cocodrilo, espero que se olviden de la cámara. Espío y espero". Ojo avizor y oído atento: quizás es eso mismo lo que hace cuando escribe.

Sus libros son tantos que requieren un anaquel completo de la biblioteca. En la mía, están organizados por orden de estatura, pues hay desde libros para bebés, hasta otros que conviene mantener lejos del alcance de los niños. Aquí entre nos —y que no salga de estas páginas—, algo me dice que lo mejor de Triunfo Arciniegas aún está sin editar debidamente y que se oculta entre los pliegues de esa sonrisa suya, medio sonrisa y medio mueca, en la que no han reparado los editores, por esa manía de etiquetarlo en la categoría de "literatura infantil", que a tantos nos resulta tan difícil traspasar. Quizás es esa mueca la que captan los niños y la que le agradecen, pues él los trata como "gente", y no como las tiernas criaturitas que han fabricado los adultos. De nuevo, sus palabras ayudan a ilustrarlo: "Si bien en algunas tomas los niños enfrentan la cámara y se saben observados, en otras atrapo a hurtadillas el instante, la puerta entreabierta a otros mundos, el rastro que dejan los ángeles cuando nos visitan". Yo añadiría que no sólo de ángeles están pobladas sus ficciones, sino que más de un demonio se oculta detrás de esas "puertas entreabiertas a otros mundos" que ofrece Triunfo a los adultos y a los niños. Y pienso que la edad es un dato irrelevante para él, pues todo indica que escribe para esa categoría de gente que responde a un vocablo más flexible y más liberador: el de lectores.

De vez en cuando me da por mirar las palabras y los dibujos puestos por Triunfo en las dedicatorias de los libros que me ha regalado y, aunque sospecho que a todas sus amigas les escribe las frases perfectas para hacerlas sentir tan únicas como esa rosa que cuidaba el principito en su planeta, me resulta inevitable ceder a los encantamientos de este imaginador, como si fuera una de las Mujeres muertas de amor de sus "cuentos para adultos". Ahora mismo, desde mi mesa de trabajo, evoco el ritmo incierto que marca sus apariciones y el ritmo también impredecible de sus desapariciones, y me pregunto en dónde andará: si está sumido entre la niebla de Pamplona, si está de viaje en Buenos Aires, o si tropezaré con él en alguna feria del libro, vaya uno a saber en qué lugar. Tal vez cuando aparezca me contará, como hace siempre, que estuvo viviendo en un pueblo de México o la Pampa, con una mujer que lo albergó unos meses. Y aunque confieso que jamás he sabido bien qué creerle, mi única certeza es que, en esa bisagra entre ficción y realidad, nos la hemos apañado para inventar una complicidad extraña que nos ayuda a compartir las preguntas y los fantasmas de este oficio solitario. Me gusta verlo llegar, como si fuera un marinero, trayendo mil historias que amarra como las cuentas de un collar hecho con piedras de sitios remotos, y siempre con un libro nuevo bajo el brazo, que vuelve a regalarme y me vuelve a dedicar. Y a pesar de que han pasado tantos años, a veces pienso que apenas lo conozco y a veces pienso exactamente lo contrario: con él, uno no sabe nunca a qué atenerse. Quizás, parodiando al mismo Triunfo, cabe la posibilidad de que me lo haya inventado. A fuerza de desconocerlo y de reconocerlo en lo que escribe, entre la magia y el silencio, cabe la posibilidad de que haya tenido que inventármelo para escribir este retrato.

Yolanda Reyes
Bogotá, mayo de 2009




Triunfo Arciniegas / Autorretrato


Jaime Fernández Molano
EL OTRO TRIUNFO
QUE ES EL MISMO PERO DE OTRA FORMA

Me limitaré a decir que conozco a Triunfo, el hijo Isaías, herrero de profesión y de la paciente María Herminia Cáceres, desde cuando lanzaba esos dardos venenosos que él llamaba textos breves, allá en las lejanas montañas erizadas y felices de su segunda juventud: Pamplona.
Lo recuerdo desde la memoria de Evelio Rosero –ese otro amigo eterno–, cuando arribaba asustado a Bogotá con libros y bocadillos debajo del brazo, que traía a sus escasos amigos, en la búsqueda de destinos imposibles para un provinciano como él, pero que alcanzó –en contra de todos los pronósticos– más rápido de lo esperado. Claro, con la terquedad, osadía, disciplina y perseverancia de quien tuvo que responder, con seriedad y fundamento, a su nombre de pila.
Lo conocí a través de sus primeras publicaciones de principiante prometedor: El Cadáver del sol y En concierto; en la época en que Germán Arciniegas, Isaías Peña y otros tantos escritores nacionales empezaron a contarnos que allá entre las montañas del norte existía un joven de enorme talento que se había propuesto devorar relámpagos, beber mucha coca–cola, escuchar todo Pink Floyd y amar a Marilyn Monroe sin restricciones, encerrado escribiendo en su casa de Pamplona: una isla rodeada de frío por todas partes.
Luego llegaron La silla que perdió una pata y otras historiasEl león que escribía cartas de amorLa lagartija y el sol, y Las batallas de Rosalino, libros con los que encontró su primer salto certero hacia la inmortalidad como escritor, no solo de textos infantiles.
Decenas de premios nacionales e internacionales, sinnúmero de reconocimientos, publicaciones a montón (hoy presentamos su libro número 53), y profusas ediciones aquí en Colombia, en México y en otros países; traducciones, inclusión en múltiples antologías de América y Europa, en fin, ese ya es el Triunfo del que todos hablan y que todos conocemos.

Pequeños instantes: las primeras veces

Pero no todos conocen el otro lado de este escritor. Lo que llamaré las primeras veces de Triunfo.
Sigue lejano (al tiempo y a la luz pública) el día en que el niño Triunfo, con el corazón roto por primera vez, comenzara a escribir sus primeras líneas sin presentir el futuro que este oficio le traería: las cartas de amor a su abuela Emperatriz, que por circunstancias familiares de fuerza mayor había tenido que abandonar en Málaga, para partir al lado de sus padres rumbo a Pamplona.
O su primer libro, que cargaba como acompañante de viaje en sus años de adolescencia: un libro de oraciones que le regaló Candelaria, su otra abuela, cuando aún no sabía leer y mucho menos escribir. Y que un día decidió guardar en el baúl de sus tesoros escondidos.
O saber que llegó a la literatura infantil gracias a ese nombramiento con destino a la  escuela perdida de la vereda Chíchira, en Pamplona, Norte de Santander, donde se desempeñó como maestro rural, y fundó el grupo de teatro de niñas La manzana Azul y tantos talleres literarios como veredas recorrió por esas rocosas montañas del norte de la cordillera oriental.
Y en la colección de primeras veces está su profesor Gabriel Suárez, de la Escuela Normal, quien fue el encargado de presentarle a los señores Hemingway, Kafka, Moravia, Neruda, Camus, Flaubert, y con ellos el vicio más grande que ha tenido: el de la lectura –que no tiene antecedentes en su familia, de abuelos analfabetas y padres que no llegaron a terminar la educación básica–. Como él mismo lo reconoce: en casa de herrero, escritor de palo.
O la primera vez que pudo calzar zapatos propios, pues la pobreza extrema y la niñez desgraciada fueron los principales acompañantes de su primera infancia.
Y cómo, gracias a los trucos del padre Marino Troncoso (q.e.p.d.) –uno de los mejores amigos de su vida y por quien aún los ojos le llueven desde el fondo del alma en sus recuerdos–, pudo ingresar, con una beca inventada por éste, a la Pontificia Universidad Javeriana, para realizar sus estudios de maestría en Literatura.
Recuerda Triunfo que con esa cara de pobre que le acompaña, era el único estudiante al que los celadores siempre requisaban.
En fin, son muchas vidas en esta vida del Triunfo que pocos conocen y que llevarían muchas páginas y muchos minutos más, pero que por hoy dejamos aquí. No sin antes recordar otras de sus profesiones a las que le ha dedicado buena parte de su tiempo: la fotografía y la ilustración. Ha ilustrado varios libros de su autoría y ha realizado muchas más por hobby; pero a la fotografía si se ha dedicado muy en serio. Ha realizado varias exposiciones, le han encargado diversos trabajos fotográficos para publicaciones y editoriales. Y vive haciendo fotografía. Sus blogs están llenos de muestras de todo el mundo, porque esos sí, además, es un trotamundos empedernido, ayer en Caracas, mañana y pasado en México, luego por todo Suramérica, ahora en Nueva York y la otra semana para Perú.
Porque ahora recorre más países que mujeres, y tal vez por eso ha querido conquistar, de una vez y para siempre, a estas dos mil que hoy lanza al vacío de su público: hechas de papel y de carne y de hueso y de piernas solapadas y de lomos grises que atrapan sus nostalgias.
Ese es el Triunfo que conozco desde siempre y desde antes, desde mucho antes del primer abrazo.
Y desde entonces, he percibido que lo más importante de este escritor no es su medio centenar de publicaciones ni sus éxitos hechos a pulso y contra la corriente de tantas figuritas de pasarela literaria, ni su mismo talento de escritor: su encanto radica en esa alma de niño feliz, ávido e hiperkinético que le acompaña y que pretende ocultar bajo la piel de lobo para blindarse de la gente, que solo entreabre para una que otra mujer, unos muy, pero muy pocos amigos y –eso sí– para todos los niños del mundo (que son sus verdaderos colegas).
Ese es el Triunfo que conozco.

Jaime Fernández Molano
Bogotá, 1 de mayo de 2012

Chíchira
21 de febrero de 2008
Fotografía de Triunfo Arciniegas


“¿Narradores que poetizan?”. Dejo la natilla: los ojazos verdes de Isabel centellean en la tarde encapotada. Le pido un ejemplo. “La literatura de Triunfo Arciniegas hace honor a su nombre”, dice, mientras con la punta de los deditos palpa los buñuelos. “Por ejemplo, en Noticias de la niebla (Ediciones Pluma de Mompox, Cartagena de Indias, 2011), su escritura vence y convence sin ambigüedades. Es inquietante, sugestiva, espléndido arquetipo de la punta del iceberg de Papá Hemingway: lo que leemos es apenas la punta de un colosal iceberg que navega en las aguas de nuestra imaginación”. La oigo embelesado. “Son textos breves, entre poesía y prosa”, dice. “Equívocos, soberbios, inteligentes, trabajados con precisión y pulcritud estética”. Abre el bolso, saca el libro y me ofrece tres joyas. “Bolero según Gregorio Samsa / Ya sé que sólo soy un insecto en tu vida”. “Corrientes alternas / En coitos circuitos me electroputas”. “Fetichista / Adoraba hasta los pies de página”. “Son como trinos de Twitter”, digo. “Confunda pero no ofenda”, replica. Me lee Pasión azteca: “Al rodar por el lomo de piedra, aterrado e incrédulo, contemplo mi corazón en las manos del sacerdote”. Y agrega, triunfal: “Con Triunfo Arciniegas las palabras hablan por sí mismas”. De improviso me dan ganas de palparle el monte de Venus... el de la mano, mal pensados.

Esteban Carlos Mejía
"Un poeta que narra y un cuentista que poetiza"
El Espectador, martes 27 de diciembre de 2011




GALERÍA

Madre / Triunfo de tres meses

Isaías Arciniegas y Herminda Cáceres
Málaga, 1956

Triunfo con sus padres
Triunfo... no hace mucho tiempo
La familia en Málaga
Triunfo en la parte superior derecha,
con pañuelo blanco en el bolsillo

Triunfo en Pamplona,
entre sus hermanos Álvaro y Ramiro

Triunfo según Vicki Ospina
 Bogotá,1989

Evelio Rosero, Triunfo Arciniegas, Julio Daniel Chaparro
Feria del Libro de Bogotá

San Cristóbal, Venezuela, 2003

Triunfo con caballo de Botero
Santiago de Chile, 2005
Triunfo en Valparaíso, Chile, 2005

Tumba de Pablo Neruda, Isla Negra, 2005
Día de Muertos
Zócalo, Ciudad de México, 2006

Lector Ebrio
Tequila, Jalisco, México, 2006

Nieves de Pátzcuaro
Michoacán, México, 2006

Con Chespirito
Guadalajara, México, 2006

Discutiendo con Picasso
Guadalajara, México, 2006

Con Agustín Lara
Veracruz, México, 2006

Con Juan Gedovius
Ciudad de México, 2006
Con Satoshi Kitamura
Ciudad de México, 2006

Tzintzuntzan, México, 2006

Andrea y medio profe
Alcaparral, Colombia, 2006


Alcaparral, Colombia, 2006

En el pozo de las vacas
El Naranjo, Colombia, 2006

Profe con sombrero
Chíchira, Colombia, 2007

Autorretrato / Bogotá / 2011

Triunfo y Negra / Pamplona, 2012

TAPAS
































10 comentarios:

  1. Muy buenos cuentos, es un gran escritor que merece el reconocimiento. No muchos tienen su habilidad.

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  2. Excelente escritor, adoro el cuento del profe Mambrú. Gracias por tu imaginación.

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  3. si pero el problema son dos una no esta cuando nació y no sale los primeros libros de el

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  4. publiquenlo pliisssss es para una tarea

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